CARTA A MI FAMILIA

¡Por fin llegó la cuaresma!...
y con ella la vigilia,
y supe de la familia
que está bien, y no está enferma.

Tuve una gran alegría
el saber cómo lo pasas,
después de los quince días
que saliste de tu casa.

Desde tiempo inmemorial,
desde los tiempos de Horacio,
siempre se estuvo en España,
y con aire señorial,
más cómodo en Los Palacios
que no en la humilde cabaña.

Nosotros vamos tirando,
con más o menos trabajo,
el diluvio soportando
que cae del cielo abajo.

Por fin desapareció
la cocina de sorpresa,
ahora se pone en la mesa
lo que antes se llevó.

Comemos los tres reunidos
porque doña Bartolina
dice que la Lupicina
y yo, somos preferidos.

No tolera ni consiente
que en una misma comida
haya gente preferida
ni comidas diferentes.

Aquí esto es la caraba.
Las comidas a su gusto.
No podemos comer habas
ni verduras bien guisadas
para evitarnos disgustos.

Ahora el pasto es su manía.
Pregunta con insistencia
¿Por qué equivoca la ciencia?
Al cabo de quince días

¿Allí no hay especialistas
que le digan al marido:
Todavía no hay “na” a la vista.
No están los días cumplidos?

¿Cómo es esta mujer
que abandona a su marido,
lo tiene echado en olvido
y no se acuerda en volver?

Esa es la eterna manía
que tiene en el pensamiento
y pregunta noche y día
todas las horas y momentos.

Como noticias de casa,
según dice Lupicina,
no pone ni una gallina.
No sabe lo que les pasa.

Tenerlas es la ruina.
De noticias recibidas
nada de correspondencia
ni menos de conferencia
ni razones emitidas.

La carta que me enviaste
todavía no la he leído,
pues dieron con ella al traste
y aún no ha aparecido.

La Lupi fue y la cogió
y la llevó a la mesilla.
Alicia dijo que no,
que mejor en la camilla.

Más la vieja la apañó,
a estas horas no sé yo
si la carta se escribió
en Los Palacios o Sevilla,
ya que nunca apareció.

Sin más, mi querida esposa,
un abrazo muy sincero,
con cariño verdadero,
de este que no reposa
hasta verte aquí de nuevo.

Encinasola 26 de febrero de 1966